REEDICIÓN DE POST DE 03/12/2020: CAMBIO CLIMÁTICO Y MUELLES DE ESPERA
Parece que a estas alturas, el cambio climático es una realidad innegable, y con consecuencias en todos los ámbitos. Por supuesto, también en el ámbito marítimo y portuario, ya que al fin y al cabo estamos hablando de sectores que “trabajan” inevitablemente “en el seno de” (y a menudo “en contra de”) unas condiciones meteorológicas y oceanográficas que cambian constantemente, que mejoran hoy, que empeoran mañana…, y cuyas características en cada momento condicionan múltiples aspectos de la actividad: cuánto va a durar el viaje del barco, cuándo va a llegar a ponerse a disposición, ¿podrá salir una vez cargado?, qué dimensiones y resistencia debe tener esa escollera…
Y si siempre se ha dependido y se depende del tiempo meteorológico y del estado de la mar, con el cambio climático esto se va a multiplicar, y se está multiplicando, y parece que no hacia mejor. Basta leer el titular de una noticia de fines de octubre, de lloydslist.maritimeintelligence.informa.com que alertaba sobre que el Standard P&I Club había certificado un 46% de aumento, desde el año 2000, en lo que denomina “weather-related disasters”. En definitiva: se está produciendo un crecimiento muy relevante de reclamaciones a los aseguradores, por los cada vez mayores daños derivados de la “…frequency and ferocity of the storms…”, a lo que se añade la complejidad de tales claims.
No creo que nadie un poco atento al mundillo marítimo y portuario no se haya dado cuenta de la cada vez mayor frecuencia de episodios de temporal deshecho, de violencia creciente. Daños a las infraestructuras, y daños a buques y carga, retrasos, y dentro del puerto solicitudes sobrevenidas de utilizar un muelle libre concedido antes de la rolada, entrecruzadas con resistencias a dejar el muelle que en breve va a necesitar el siguiente buque, y presiones por muchos lados para intentar resistirse a que la realidad estropee un bonito schedule prometido en una cadena de suministro o un servicio planificado... Y, entre unas cosas y otras, situaciones de hecho en que la safe port warranty puede llegar a quedar en entredicho. Cada vez más… Es el cambio climático. De cualquier modo, quien persista en ignorarlo quizás un día lo note en el precio de los seguros conforme los P&I se vayan hartando. Otro tipo de susto, pero respecto al cual algunos son más receptivos que a una advertencia a tiempo del capitán.
Si vemos esto en clave de práctica “portuaria”, estaremos cada vez más en situaciones en las que hay que plantearse cerrar el puerto unas horas, o el fondeadero, o restringir la navegación en algún aspecto (las entradas o salidas, ciertas maniobras), cuestiones de las que ya hablamos en un post anterior, que vienen pero que muy al caso aquí. No gusta, pero planea en todo esto un aviso a las Autoridades Portuarias: es lo que hay, y cada vez va a haberlo más.
Visto desde el lado del usuario del puerto, cada vez se va a plantear más, con toda certeza, la situación en la cual se va a buscar prolongar la estancia en puerto del barco que está allí terminando de operar, hasta que pase lo más fuerte del temporal. O se va a solicitar un muelle de espera para ese buque que está de llegada antes de que recale lo malo del temporal, al no parecer razonable pasarse tres días dando pantocazos antes de que llegue el momento de entrar a cargar, o a descargar (tal vez con la mercancía ya destrincada y rota por los balances). O para no arriesgarse a que cuando llegue la hora de entrar a operar, las condiciones de mar lo hagan imposible por el peligro de intentar la entrada (o peor, que se intente a las bravas, superando, unos por otros, el umbral razonable de seguridad para haberlo hecho).
Estamos hablando de mal tiempo real, feroz pero cada vez más habitual, donde hay que ir empezando a dejar de agarrarse al recurso de fondearse al abrigo de… La situación de estar fondeado, empecemos a reconocerlo, está sobreestimada como condición en la cual el buque está seguro. Garrear es muy fácil con mal tiempo; que haya problemas para virar cuando se está ya garreando no es raro; que falle la máquina cuando más se necesita que arranque, tampoco; y que la reacción de la tripulación sea inmediata en cuanto se inicia el garreo, tampoco está garantizado, pues a menudo no es fácil detectar el garreo en su puro inicio, y según el sitio, el inicio es ya el final sobre una laja de piedra. Y cuando el buque está a cuatro o cinco cables, o menos, de una playa o de la base de un acantilado, todo eso son cosas que no se pueden ignorar. Por eso se cierran los fondeaderos cuando se hace, y bien cerrados: con auténtico mal tiempo son una trampa mortal, y un riesgo para personas, bienes y medio ambiente que no pueden permitirse ni los buques ni los Estados ribereños.
Realmente las alternativas son dos: o capear, o pasar la fase más feroz del temporal atracado en puerto. Un barco mercante bien construido, bien mantenido, bien cargado y bien gobernado, en principio sobrelleva una situación de navegación a la capa razonablemente sin problemas. Pero, aun así, siempre hay circunstancias que hacen más aconsejable, de ser ello factible, rendirse a la evidencia y estar amarrado al muelle: cargas con trincajes complicados, estabilidades extremas, estibas abiertas, zona de capa con mucha tierra a sotavento… Y no digamos si, de todos modos, hay que pasar por el trago de una maniobra de entrada/salida de un puerto con temporal, o simplemente una maniobra de atraque o desatraque con viento duro: mejor, entrar antes/salir después.
Y todo esto nos lleva a donde queríamos llegar con estas líneas: si el curso de nuestra meteorología nos está llevando a que cada vez más nos vayamos a enfrentar con picos extremos de mal tiempo, y si la evidencia nos dice que la opción razonable en muchos casos va a ser permanecer en puerto (y no solo razonable, sino la que moral y legalmente es la más plausible ante el nivel de riesgo que la opción contraria impone no solo a los interesados, sino a terceros y a la sociedad en general –daños personales, contaminación…–), vamos a necesitar muelles de espera, más muelles de espera. Seguramente, los estamos necesitando ya.
Lógicamente, una necesidad así no se dará de la misma manera en todos los puertos. No hace ni falta argumentar que todo va a depender de dónde esté radicado el puerto, y luego, de las infraestructuras que cada puerto tenga. Pero, ciertamente, por aquí por el norte, donde hay barras que ponen los pelos como escarpias en ciertos momentos, hay unos cuantos días (y semanas) al año en que doscientos metros de muelle libre son un bien pero que muy preciado.
En suma: que no debería ser en absoluto descabellado el que las Autoridades Portuarias estudiasen con profundidad la gestión de esos episodios en que se les acumulan las peticiones por parte de los consignatarios de atraque para sus barcos (prolongaciones de estancia de los que ya están, entrada anticipada de los que iban a atracar más tarde, escalas que surgen de pronto a petición de armadores que quieren meter en lugar seguro su barco ya que ni puede doblar Ortegal, ni aproar hacia Ouessant…). ¿Suelen tener bastantes metros de muelle libres? ¿Se pueden habilitar lugares que no se suele utilizar?... No parece razonable improvisar, porque cada vez va a haber que "improvisar" más a menudo.
Bien visto, es en sí mismo un cierto nicho de negocio: el de la disponibilidad de metros de muelle de espera cuando la meteorología se vuelve auténticamente adversa. Gana la Autoridad Portuaria, porque cobra tasa T-1; ganan los amarradores, los prácticos y probablemente los remolcadores, porque, además de los barcos que vienen exclusivamente de arribada, es muy posible que se incrementen los movimientos internos entre muelles de operaciones y muelles de espera; ganan otros servicios portuarios y comerciales por el aumento y prolongación de estancias en puerto; y ganamos todos en seguridad por el decremento evidente del riesgo de daños y medioambiental. También ganan los P&I, los seguros de casco, y quienes pagan sus primas.
Habría que plantearse qué muelles, tal vez ahora con poco uso, pueden servir para estos fines. Poco se necesita de servicios auxiliares en ellos, pues no se va más que a proporcionar atraque. Se podrían rentabilizar tramos infrautilizados. Puede que, según los puertos, quepa plantearse atraques en punta para optimizar espacio, o abarloamiento, que además proporcionaría una actividad auxiliar de servicio de suministro, instalación y retirada de defensas Yokohama… Y si se avanza por este camino, parecería razonable pensar adaptar a este uso las tasas y tarifas de distinta índole como herramienta al servicio de la seguridad. De hecho, de llegar el mercado a interiorizar la oferta de atraque “en espera”, o “de refugio” como un bien de valor comercialmente estimable, en determinadas zonas geográficas, con el tiempo, hasta podríamos encontrarnos que la Tasa T-1 merece más cuantía de lo que pensamos.
En suma, un campo de actividad que puede dinamizar un puerto, o partes infrautilizadas de un puerto, y puede en un área geográfica llegar a constituir una seña de identidad. Llevándolo a un extremo: ¿no se llenaría, a un precio razonable, una larga (y sencilla estructuralmente, incluso combinada con boyas para dar cabos) línea de atraques “de refugio” en el puerto de Cariño, o en San Ciprián, o en Cee o Ribeira, al anuncio de una de esas depresiones extratropicales a las que ahora se le pone nombre?
Muy probablemente los aseguradores no tendrían mucho problema en asumir los costes de esas escalas, incluso en el seno de la avería gruesa, a cambio de no experimentar ese aumento tan alarmante de las reclamaciones por daños derivados de la “…frequency and ferocity of the storms…” de que nos hablaba un P&I al principio de estas líneas.
Ahí queda como idea, o germen de idea. Una cosa es clara: cada vez se va a reclamar más atraque en muelle de espera por el mal tiempo. Es inevitable, y no parece que el procurarlo sea una responsabilidad que se pueda eludir. Por seguridad.